#lienaentreletras
Soy nada
Sé bien que le pertenezco al mundo. Me ha sorprendido el atardecer entre calles angostas, en plazas y parques, en ruinas lejanas de alguna ciudad. Escribí cartas al viento. Ardí en la hoguera y el río siempre me conduce al mar. Sé que la vida va ceñida a un hilo. Que en mi alforja llevo el agua de Túnez y Asúan. Soy polvo, arena, agua, viento, calor y frío. Soy el último beso que te oyó suspirar. Y entre tanto soy nada.
Liena T. Flores
Derecho reservado de autor
Fotografía: web

Deshielo
Era real es deshielo
la charla tonta que se escapa del tiempo
el súbito temor de saber
que el alma se vierte desnuda
a contra luz.
Era real la entrega, el equilibrio,
presentir los miedos
que cruzan el mapamundi de tus ojos.
Todo existe,
tan real como el beso al despertar,
como la mesa y el desayuno.
Aún no sé si ha llegado contigo
o he sido yo,
que abriendo puertas
dejé entrar la primavera.
Liena Tamayo Flores
Derecho Reservado de Autor

Piruetas
Porque el camino conduce siempre a algún sitio, he de vivir la confusión, sentir el vacío. Amar el silencio, saciarme de música y libros. Perderte. Pensarte. Mirarme al espejo. Despertar un buen día con ansias de hacer lo que no hice antes. Vibrar, llenarme de mar, de sueños. Saberme entera. Abrir la puerta y al fin encontrarte.
Rito de Venus
Voy por un café
antes de que sea tarde
y me crezcan alas,
antes de que vuelvan los recuerdos
de aquella mañana
cuando tus manos inquietas
dibujaron arabescos
sobre los sitios ignotos de mis planicies,
sigiloso te adentraste en la gruta de la femineidad,
levité en ti
y me entregaste el flujo la vida.
Liena T. Flores
Derecho Reservado de Autor
VI
Amordazada y fluvial,
dos en una.
Un paso adelante,
un paso atrás,
nada es en vano.
Soy el capullo
de mi inconsciencia consciente,
un grano de sal en la herida,
el epítome de la dulzura.
Crezco en espirales
de anhelos mundanos,
soy trascendencia divina.
Y a veces, solo a veces,
soy nada.
IV
Despertar y honrar la profecía:
los árboles danzan apretados al viento
el cielo se desdobla sobre ti,
ha brotado el rocío
la niebla erguida susurra a la montaña,
fluye el río
cruje el mar.
V
En el iris de tus ojos
confluyen los tiempos
ahí, en la profunda desnudez,
entre las luces y las sombras de
de tus cruzadas,
eres sin más…
Antuene
Después de aquel lúgubre día de Septiembre me mudé al barrio Saint Germain, muy cerca de Doña Anastasia, mi madre adoptiva. El café que tanto había soñado fue construido por los chicos de la fraternidad. Comenzó siendo un pasillo bohemio de tres mesas y cocina diminuta hasta convertirse en lo que ves hoy: uno de los sitios más frecuentados de la ciudad. Luxemburgo sigue siendo mi lugar favorito, sobre todo en verano, pues Mathi juega con los niños y yo aprovecho para disfrutar del bullicio, el romance de los enamorados, las flores, el follaje de los arboles y la quietud de los ancianos mientras leen el periódico con ese ademán nostálgico propio de la senectud. Fue allí, frente a Santa Genoveva, donde juró amarme eternamente. Éramos tan jóvenes y rebeldes que no avistamos el futuro. Sus padres jamás me aceptaron. No querían bastardos mestizos. Mucho menos compartir el oxígeno con una mujer que hablaba de ancestros, de la tierra y sus espíritus divinos. Muy poco recuerdo de aquella noche en que fuimos embestidos por cuatro hombres armados hasta los dientes. Solo sé que desperté con la cara ensangrentada, el cuerpo adolorido y semi desnudo en las afueras de L’Eglise Saint-Germain des Pres. Antuene ya no estaba. Han transcurrido siete años y catorce días de ausencia.
Liena T. Flores
Derecho Reservado de Autor
