Ahí estaba ella.Saboreando croissants y ojeando un libro como cada tarde que he visitado el café en los ultimo ciento veinte días. Jamás ha volteado la mirada. Aunque de haberlo hecho probablemente no me hubiese visto. A pesar de la distancia respiro el aroma penetrante que transpira de sus poros, y no puedo evitar insignificante ante tantos mundos disfrazados de piel. ¡Hoy luce hermosa! Vestida de gris, con el béret azul añil y unas botas de lluvia color rojo. ¡Lo he decidido! ¡Al carajo con las taquicardias, las manos sudorosas y el temblor en los labios! No soporto ni un segundo más en este anonimato cruel.
Bastaron unos pocos pasos para tenerla frente a mi. Fue entonces cuando sus ojos tristes catapultaron al macho moribundo que llevo dentro y sin reparos pregunté:
-¿Estás sola? ¿Puedo invitarte a un café?
-No, no lo estoy. Durante los últimos
meses me ha acompañado tu mirada calcinante. He percibido tu dolor, tu miedo, tu curiosidad e incluso tu deseo sacro y natural de poseerme. Es por eso que vuelvo cada tarde. Sólo esperaba que tuvieras el valor de acercarte para que estemos a salvo de una vez.
Liena Tamayo Flores
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