Reflexión de Navidad

Mi Navidad se ha ido transformando con los años. Recuerdo mi primer arbolito, un diminuto pino plástico adornado con cajitas de papel, sencillo pero sensacional, sobre todo para una niña cubana que creció en un país donde la Navidad y los Reyes Magos eran leyendas de los años que precedían el 1959. Aprendí sobre el nacimiento del niño Jesús mientras visitaba  la iglesia católica local,  donde un grupo reducido de feligreses conservaban la fe y las costumbres del catolicismo pese a las restricciones que imponía el gobierno de Cuba. Fue una época hermosa. No teníamos regalos materiales pero teniamos Navidad. En el año dos mil abandoné mi Cuba natal y ese Diciembre conocí a Santa Claus. Me maravilló cuanta inocencia tenían los niños del mundo. Ellos creían en un señor de barba blanca  que venía desde el polo norte regalando juguetes y aunque yo no era una niña me deslumbraban los colores, las luces y los regalos de la Noche Buena. Desafortunadamente la tradición  de Santa Claus se desintegra y quedo descubierto el truco comercial de la época como temo  que lo sea el árbol, las luces y el resto de las decoraciones navideñas. Lejos de ser hereje, amo a Dios y disfruto de la celebración. Dios está en mí y en el resto de su creación. Amo a Jesús, al Jesús de Nazaret que nació en un pesebre de Belén, no sé si en Diciembre o en Enero porque no existen registros exactos sobre el mes de la Natividad pero tampoco es importante.  Amo al Jesús que a través de enseñanzas y acciones manifestó el amor del Creador Universal. Mi mayor deseo es que cada día del año nazca el Cristo en los hombres de la tierra; que la Navidad sea un modo de vida, porque si en algún momento deja de ser rentable fabricar arbolitos y ornamentos navideños, entonces muchos volverán a crucificar el Amor de Dios.

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